¿Debe Rob Manfred renunciar? Palabras y consideraciones hacia el Comisionado
Grandes Ligas vive y atravesará en el corto plazo una situación muy difícil. La razón es harta conocida por todos aquellos que nos desvivimos por este apasionante mundo: Los Astros de Houston de 2017 y sus vergonzosas acciones que representan un escupitazo a la integridad del juego.
Las crisis generan consecuencias que requieren de acciones en procura de soluciones, en este caso específico sanciones que escarmienten a las personas que violentaron los códigos que definen a esta disciplina.
Ya sabemos de las penalizaciones aplicadas a A.J Hinch, Jeff Luhnow y a la organización de Houston; las secuelas que afectaron las carreras de Álex Cora, de Carlos Beltrán, así como el desprecio que ahora viven figuras de los Astros (en especial José Altuve) por parte una parte de la comunidad beisbolera y de la opinión pública.
Todo este escándalo ha acompañado distintas reacciones, la mayoría negativas, no solo al ultraje cometido por el elenco sideral, sino por el manejo de la crisis por parte de la máxima autoridad del béisbol, el comisionado Rob Manfred.
Para muchos (incluyendo al autor de estas palabras escritas) el desenvolvimiento por parte de Manfred mucho ha dejado que desear. Para sustentar esta aseveración a los hechos nos referiremos acompañándolos de nuestra opinión.
Las sanciones a Hinch y Luhnow definitivamente son endebles. ¿Por qué? Porque solo recibieron un año de suspensión por violar de manera tan meticulosamente premeditada la integridad de esta disciplina.
365 días de penalización palidecen aun más si lo comparamos con otros transgresores del buen nombre de las Ligas Mayores, como los integrantes de los Medias Negras de Chicago y Pete Rose, quienes fueron vetados de por vida por hacer trampa. ¿Acaso no fue trampa lo hecho por Houston?
Inaudito e inadmisible es que otros integrantes de la organización (nos referimos a jugadores, técnicos, ejecutivos y trabajadores) del mismo modo no hayan sido castigados.
Innecesario es ser un curtido conocedor de la pelota para entender que los Astros simplemente hicieron eso, ¡trampa!. Y la manera en que se llevó a cabo con mucha dificultad fue pensada y ejecutada por un reducido grupo de personas; ¡No, es muy probable que esto en su momento abarcó a otros, que en el menor de los casos pecaron por omisión!.
Pero entonces hagamos una pausa, tomemos un respiro, y démosle el beneficio de la duda al Comisionado para que explique si en efecto entiende que esto se trata del pecado de hacer trampa, que el caso aun visto de manera superficial tiene indicativos de ser una conjura compleja, y si él no lo ve de esa manera que esgrima sus argumentos.
Asimismo, una de las declaraciones ofrecidas por Manfred resultó ser un imprudente rocío de gasolina a estas flamas contraproducentes.
Entendemos que él ha estado bajo mucha presión, que errar es parte ineludible de la naturaleza humana, pero que califique como “pedazo de metal” al trofeo que avala al campeón de las Grandes Ligas es un nuevo flagelo.
Y como si esto fuese poco, aseverar que quitarle a los Astros el título de campeones no hubiese sido apropiado envía un mensaje de insufrible alcahuetería total. No se puede ser tan blandengue ante quienes ultrajaron la integridad del juego; permitir que los involucrados no sean escarmentados y se salgan con la suya alentará en otros este tipo de acciones corrosivas.
¡No señor Manfred, NO! El castigo debe ser severo, debe crear un precedente que siempre esté presente en las almas tentadas en hacer trampa. Aprenda señor Comisionado de su predecesor, Bartlett Giamatti, y de cómo este en 1989 manejó las trampas de Pete Rose.
Poética y triste ironía es que estos tres hechos (sanciones, calificación hacia el trofeo y negativa de despojar a Houston del título de 2017) resulten con el peso suficiente como para que Rob Manfred considere de manera seria su dimisión al cargo de Comisionado. Ahora que lo piense es otra cosa, pero estimamos que es al menos probable, que alguien se lo haya comentado.
La vida es así. Siempre estará acompañada de momentos difíciles. En ocasiones nuestras buenas acciones, nuestro buen proceder y nombre, lo que tanto nos costó construir con las manos puede ser derribado por un solo involuntario movimiento de los pies.
En el caso de Manfred resulta más triste aun, porque los tres puntos focales arriba mencionados enlodan lo que hasta ahora era una positiva gestión al frente de las Grandes Ligas, el máximo de los escenarios del mundo de los Guantes, Bates y Pelotas.
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